Luis Alberto Ambroggio
No hay nada más caprichoso que pretender. He ahí la esencia del juego. Mientras existan al menos un Dios y los seres animados perdurarán los juegos. El Haiku, en particular, fue definido como poesía de diversión. Pero ¿qué poesía no lo es? Conjuremos a Quevedo (el grande de los rebeldes, calificado como el primer artífice de las letras hispanas; polvo serán mas polvo enamorado), al poeta antipoeta Nicanor Parra, a su compatriota Gonzalo Rojas cuando encara a Dios, a la muerte, al amor, con sus imaginaciones inagotables, y nos transporta a la fantasía de la realidad. De hecho, Roland Barthes, en su libro El imperio de los signos, observa: el haiku reproduce el gesto indicativo del niño que muestra con el dedo alguna cosa, diciendo tan sólo: ¡esto!, ¡mirá allá!, ¡oh!, ¡ah!. Desde la infancia, en ese primer balbucir, el juego -sea símbolo o palabra- se transforma en el más peligroso de los dones. Su voz es sabia y filosófica. Posee una cadencia inimitable, un buen sentido fuera de lo común y una profundidad latente, porque hay fuego en el azul de Ambroggio, un erotismo telúrico en su registro lírico.Oscar Hijuelos,Premio Pulitzer